Atrás quedan aquellos días...
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Atrás quedan aquellos días...
-''Atrás quedan aquellos días en los que paseaba por el bosque sin preocuparme por nada ni por nadie...''-pensaba Shäyra mientras se adentraba en la esplendorosa Palanthas.
El sol, tímido en la lejanía, golpeaba su cuerpo. Una suave brisa cálida removía sus cabellos, mientras ella, astiada, se los volvía a ordenar detrás de las orejas. Miraba con ojos fríos a todo aquello que pasaba a su lado y la rozaba. Suspiró, sin saber a dónde dirigir sus pasos.
-Hermana, tu bastón está llamando la atención de la gente-susurró Erelik, con aquella voz suave, de niña, que tan buenos recuerdos le traía a Shäyra.
La semielfa rozó la piedra del báculo, y la poca madera que sobresalía de la funda en la que estaba metido. Notó que alguien la miraba, no muy lejos. Desvió sus ojos azulados hacia aquella persona y vio a un niño de la edad de Erelik, que sonreía. Ella intentó devolverle la sonrisa, pero en lugar de eso, abrió mucho los ojos...¡El niño ya no estaba! Agitó la cabeza suavemente, confundida, y siguió andando hacia delante. Sus pasos la condujeron hacia una posada. Intentó leer el nombre inscrito en la enseña que pendía de un trozo de madera al lado de la puerta, pero estaba demasiado desgastada. Abrió la puerta sin reparos, decidida. Entró, y notó la hoja cerrarse a sus espaldas. Paseó sus ojos por los parroquianos, esta vez desolada. ¿A quién podría preguntar? ¿Qué iba a decir? ¡Su hermana se había ido hacía casi dos años! ¡No podría saber con seguridad nada!
-Jamás lo conseguiré...-murmuró, sorteando mesas.
En una esquina de la habitación vio a un hombre de aspecto siniestro, aunque con unos ojos que parecían absorver las preguntas que se planteaba, extrujarlas en su mente y dar una respuesta. Suspiró, sin saber muy bien qué hacer. Entonces, asintió y se dirigió hacia aquel humano tan extraño.
-Disculpe, señor...¿ha visto alguna vez pasar por esta ciudad a una elfa de cabello negro, ojos verdes...más o menos de mi misma altura y que portaba una espada totalmente negra?
El hombre sonrió.
-He visto...demasiado. No formulas muy bien tus preguntas, semielfa. Mis ojos han visto a demasiados elfos...-dijo, sin alzar la voz por encima del susurro-Demasiadas espadas...
Shäyra lanzó un pequeño reniego. Erelik, a su lado, tembló.
-Tengo...tengo un retrato. Mire...Ella es mi hermana. ¿La ha visto?
El humano cogió el retrato y se acarició el mentón.
-La bella Alasse...Sí, mis ojos la vieron hace un año...Aquí, en esta ciudad...No sé muy bien a dónde fue...Creo recordar que me preguntó algo sobre el pequeño Talik. No le dije mucho, no sabía apenas nada...
Shäyra abrió mucho los ojos. ¡Aquel hombre conocía a su hermano!
-Te recomiendo que vayas al sur, Shäyra...Pero todavía no salgas de la ciudad...Espera hasta mañana...
La semielfa le miró, desconfiada. Cogió el retrato de su hermana y consultó brevemente a Erelik.
-No, tu gemela poco o nada sabe sobre el paradero de tus hermanos. Yo tampoco puedo decirte mucho. Solo puedo decirte que esperes en esta ciudad hasta mañana.
-¿Por qué habría de fiarme de ti?
-No lo hagas, si no quieres. Es un consejo...Espera hasta mañana. Este viaje no podrás hacerlo sola.
Dicho esto, el hombre desapareció ante Shäyra, volatilizándose como el humo ante un viento despiadado. La joven, temblorosa, se sentó.
-¿Esperar? ¿Esperar, a qué...? ¿A alguien? ¿A algo...? ¡Erelik, ayúdame!
-Atrás quedan aquellos días en los que tu lucidez era de envidiar, hermana...-fue cuanto obtuvo de respuesta.
De pronto, la puerta se abrió, estrepitosamente. Un grupo de hombres entró de mala gana, empujando a la gente. Antes de que la hoja de madera se cerrase, Shäyra pudo ver que había anochecido.
-Vámonos de aquí, Shäyra, e intenta pasar desapercibida...Esos hombres parece que no están en su mejor momento.
La semielfa se levantó, sigilosa, y se fue hacia la puerta. Antes de que pudiese salir, uno de los hombres se puso en su camino.
-¿Dónde crees tú que vas?
Su aliento impregnado de alcohol golpeó el rostro de Shäyra, que apenas pudo contener una arcada.
-Déjame salir, bestia inmunda. Emborráchate si quieres, pero no me impidas realizar mis designios.
El humano estalló en carcajadas y, tras serenarse, golpeó a Shäyra en el hombro.
-Vaya, parece que muerdes...¡Puede que me divierta!
Shäyra desenvainó la daga, presta a...¿a qué? ¿A clavársela?
-Atrás quedan aquellos días de inocencia, Shäyra Yaizher Vardamir, hija de Eth y Anna.-susurró una voz en su mente.
¡Era aquel hombre! ¡El hombre que sabía algo de sus hermanos la estaba hablando!
Decidida, empuñó su daga...presta al combate. Lanzando un grito, se avalanzó sobre aquella carcasa demacrada. Pero su entrenamiento no servía de mucho a la hora de luchar contra semejante mole, necesitaba ayuda...
El sol, tímido en la lejanía, golpeaba su cuerpo. Una suave brisa cálida removía sus cabellos, mientras ella, astiada, se los volvía a ordenar detrás de las orejas. Miraba con ojos fríos a todo aquello que pasaba a su lado y la rozaba. Suspiró, sin saber a dónde dirigir sus pasos.
-Hermana, tu bastón está llamando la atención de la gente-susurró Erelik, con aquella voz suave, de niña, que tan buenos recuerdos le traía a Shäyra.
La semielfa rozó la piedra del báculo, y la poca madera que sobresalía de la funda en la que estaba metido. Notó que alguien la miraba, no muy lejos. Desvió sus ojos azulados hacia aquella persona y vio a un niño de la edad de Erelik, que sonreía. Ella intentó devolverle la sonrisa, pero en lugar de eso, abrió mucho los ojos...¡El niño ya no estaba! Agitó la cabeza suavemente, confundida, y siguió andando hacia delante. Sus pasos la condujeron hacia una posada. Intentó leer el nombre inscrito en la enseña que pendía de un trozo de madera al lado de la puerta, pero estaba demasiado desgastada. Abrió la puerta sin reparos, decidida. Entró, y notó la hoja cerrarse a sus espaldas. Paseó sus ojos por los parroquianos, esta vez desolada. ¿A quién podría preguntar? ¿Qué iba a decir? ¡Su hermana se había ido hacía casi dos años! ¡No podría saber con seguridad nada!
-Jamás lo conseguiré...-murmuró, sorteando mesas.
En una esquina de la habitación vio a un hombre de aspecto siniestro, aunque con unos ojos que parecían absorver las preguntas que se planteaba, extrujarlas en su mente y dar una respuesta. Suspiró, sin saber muy bien qué hacer. Entonces, asintió y se dirigió hacia aquel humano tan extraño.
-Disculpe, señor...¿ha visto alguna vez pasar por esta ciudad a una elfa de cabello negro, ojos verdes...más o menos de mi misma altura y que portaba una espada totalmente negra?
El hombre sonrió.
-He visto...demasiado. No formulas muy bien tus preguntas, semielfa. Mis ojos han visto a demasiados elfos...-dijo, sin alzar la voz por encima del susurro-Demasiadas espadas...
Shäyra lanzó un pequeño reniego. Erelik, a su lado, tembló.
-Tengo...tengo un retrato. Mire...Ella es mi hermana. ¿La ha visto?
El humano cogió el retrato y se acarició el mentón.
-La bella Alasse...Sí, mis ojos la vieron hace un año...Aquí, en esta ciudad...No sé muy bien a dónde fue...Creo recordar que me preguntó algo sobre el pequeño Talik. No le dije mucho, no sabía apenas nada...
Shäyra abrió mucho los ojos. ¡Aquel hombre conocía a su hermano!
-Te recomiendo que vayas al sur, Shäyra...Pero todavía no salgas de la ciudad...Espera hasta mañana...
La semielfa le miró, desconfiada. Cogió el retrato de su hermana y consultó brevemente a Erelik.
-No, tu gemela poco o nada sabe sobre el paradero de tus hermanos. Yo tampoco puedo decirte mucho. Solo puedo decirte que esperes en esta ciudad hasta mañana.
-¿Por qué habría de fiarme de ti?
-No lo hagas, si no quieres. Es un consejo...Espera hasta mañana. Este viaje no podrás hacerlo sola.
Dicho esto, el hombre desapareció ante Shäyra, volatilizándose como el humo ante un viento despiadado. La joven, temblorosa, se sentó.
-¿Esperar? ¿Esperar, a qué...? ¿A alguien? ¿A algo...? ¡Erelik, ayúdame!
-Atrás quedan aquellos días en los que tu lucidez era de envidiar, hermana...-fue cuanto obtuvo de respuesta.
De pronto, la puerta se abrió, estrepitosamente. Un grupo de hombres entró de mala gana, empujando a la gente. Antes de que la hoja de madera se cerrase, Shäyra pudo ver que había anochecido.
-Vámonos de aquí, Shäyra, e intenta pasar desapercibida...Esos hombres parece que no están en su mejor momento.
La semielfa se levantó, sigilosa, y se fue hacia la puerta. Antes de que pudiese salir, uno de los hombres se puso en su camino.
-¿Dónde crees tú que vas?
Su aliento impregnado de alcohol golpeó el rostro de Shäyra, que apenas pudo contener una arcada.
-Déjame salir, bestia inmunda. Emborráchate si quieres, pero no me impidas realizar mis designios.
El humano estalló en carcajadas y, tras serenarse, golpeó a Shäyra en el hombro.
-Vaya, parece que muerdes...¡Puede que me divierta!
Shäyra desenvainó la daga, presta a...¿a qué? ¿A clavársela?
-Atrás quedan aquellos días de inocencia, Shäyra Yaizher Vardamir, hija de Eth y Anna.-susurró una voz en su mente.
¡Era aquel hombre! ¡El hombre que sabía algo de sus hermanos la estaba hablando!
Decidida, empuñó su daga...presta al combate. Lanzando un grito, se avalanzó sobre aquella carcasa demacrada. Pero su entrenamiento no servía de mucho a la hora de luchar contra semejante mole, necesitaba ayuda...
Shäyra- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 02/07/2010
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(0/10)
Raza: Semielfo
Re: Atrás quedan aquellos días...
Últimamente pasaba demasiado tiempo en las posadas… La excusa, pobre, quizá, estaba en que eran los únicos lugares que podían acogerme en las frías noches. No podía quejarme… teniendo en cuenta cómo habían quedado otros aspirantes a mago tras realizar la Prueba (algunos ni siquiera “habían quedado” de ningún modo… jamás nadie sabría más de ellos), pero mi salud empeoraba cuando las heladas brisas nocturnas penetraban en mi piel, en mis huesos, atravesando incluso mi Túnica. Sólo a veces decidía gastar energía con hechizos térmicos. En las otras, me decía que no merecía la pena, que sólo serviría para cansarme y que si alguien me atacaba, estaría más vulnerable.
No obstante, hubiese preferido que Maver hubiera usado la poca iteligencia que su cerebro pudiese albergar, y no haberme “echado” de casa, por llamarlo de un modo agradable. No podía negar lo poco que me gustaba tener que cobijarme en posadas llenas de cerdos ebrios, que nada sabían de magia. Que no sabían nada… excepto de aguardiente, mujeres y espadas.
Solamnia no era una región fría, y además era verano, por lo que la tibieza del exterior y la calidez que me proporcionaban mi Túnica eran más que suficiente. Sin embargo, mi estómago exigía ser llenado. Así que había entrado a una de las posadas de Palanthas, y había pedido algo que pudiese pagar.
Por supuesto, cuando entré, muchos se volvieron hacia mí. Unos boquiabiertos, otros con el cejo fruncido amenazadoramente, aquellos cuchicheando entre sí… Aunque, a diferencia de otras veces, nadie había decidido molestarme; Palanthas era una ciudad de prestigio. Yo no era una Túnica Blanca, pero al menos tampoco una Negra; por lo que pronto, la mayoría dejó de prestarme atención. Además, probablemente, ni siquiera sabrían si era mujer u hombre, ya que me había echado la capucha; mi rostro oculto en el interior de esta y mi figura en mi túnica.
Sentada en una de las pocas mesas vacías que había, estaba terminando desapasionadamente mi cena cuando una joven entró en la posada. Al principio, no la dirigí una segunda mirada ni presté mayor atención. Después, cuando vi que se detenía junto a un hombre sentado en la mesa de enfrente, en una esquina oscura, me detuve a observarla con mayor interés… y a escuchar con disimulo su conversación. Era una semielfa, eso estaba claro; el hombre también se dio cuenta, cualquiera lo haría… aunque a él no pareció molestarle su parte elfa, como a veces era costumbre entre otros humanos.
Seguí escuchando las preguntas que ella formulaba, y las respuestas que él la daba sobre quienes buscaba. Shäyra, la había llamado.
Entonces, un estruendoso ruido indicó que alguien con pocos modales, borrachos probablemente, había entrado en el lugar. Me giré con el ceño fruncido en las profundidades de mi capucha y el labio superior contraído con algo de repugnancia, contemplando a lo que, efectivamente, eran un grupo de hombres ebrios.
La semielfa decidió poner fin a su estancia en la posada, algo que me pareció totalmente lógico, y se encaminó hacia la puerta con discreción. No obstante, uno de los hombres la interceptó, impidiéndola avanzar y abandonar el lugar. Observé con atención el forcejeo verbal entre ambos, hasta que él la golpeó un hombro y ella sacó su daga, poniéndome en tensión. Lo cierto era que a mí también me estaba apeteciendo marcharme de allí. Finalmente, tras una leve vacilación, la joven se abalanzó sobre el hombre presta a apuñalarle con su daga.
Ignoraba si ese hombre era el líder del grupo, pero cuando la semielfa le atacó, observé algo de lo que probablemente ella no pudo darse cuenta; el resto sacaron sus propias armas (dagas unos, espadas otros), prestos a ayudar a su amigo. Como me gustaba permanecer neutral, no había decidido meterme entre la pelea del humano y la tal Shäyra, no obstante, si los demás se unían a la refriega, ni sería noble… ni me sería fácil abandonar la posada. Por lo que, con seguridad y firmeza, me levanté de mi mesa, y me acerqué a los otros, quienes en un principio no se fijaron en mí. Cerré un momento los ojos, llevándome una mano a uno de mis saquillos, recordando, y recité:
-Ast tasarak sinularan krynawi. -dije con voz grave mientras lanzaba al aire un puñado de arena. Acto seguido, esos tipos cayeron redondos al suelo, dormidos. No despertarían hasta unas cuantas horas después. Por supuesto, lo que hice no pasó desapercibido. Algunos gritaron, sorprendidos unos, indignados otros. Hubo algunos borrachos que lanzaron fuertes risotadas, y otros simplemente decidieron no llamar la atención. Pero entonces, dos hombres con gesto furibundo se pusieron en pie, a unos pocos metros de distancia de mí. Por sus armaduras, era evidente que se trataban de Caballeros de Solamnia. Puse los ojos en blanco y contuve un suspiro, aquellos idiotas siempre habían desconfiado de la magia. Di un par de pasos hacia atrás, colocándome de espaldas a la pared que estaba al lado de la puerta, asegurando mi espalda, y una posible salida. No atacaría a los caballeros a no ser que ellos lo hiciesen.
No obstante, hubiese preferido que Maver hubiera usado la poca iteligencia que su cerebro pudiese albergar, y no haberme “echado” de casa, por llamarlo de un modo agradable. No podía negar lo poco que me gustaba tener que cobijarme en posadas llenas de cerdos ebrios, que nada sabían de magia. Que no sabían nada… excepto de aguardiente, mujeres y espadas.
Solamnia no era una región fría, y además era verano, por lo que la tibieza del exterior y la calidez que me proporcionaban mi Túnica eran más que suficiente. Sin embargo, mi estómago exigía ser llenado. Así que había entrado a una de las posadas de Palanthas, y había pedido algo que pudiese pagar.
Por supuesto, cuando entré, muchos se volvieron hacia mí. Unos boquiabiertos, otros con el cejo fruncido amenazadoramente, aquellos cuchicheando entre sí… Aunque, a diferencia de otras veces, nadie había decidido molestarme; Palanthas era una ciudad de prestigio. Yo no era una Túnica Blanca, pero al menos tampoco una Negra; por lo que pronto, la mayoría dejó de prestarme atención. Además, probablemente, ni siquiera sabrían si era mujer u hombre, ya que me había echado la capucha; mi rostro oculto en el interior de esta y mi figura en mi túnica.
Sentada en una de las pocas mesas vacías que había, estaba terminando desapasionadamente mi cena cuando una joven entró en la posada. Al principio, no la dirigí una segunda mirada ni presté mayor atención. Después, cuando vi que se detenía junto a un hombre sentado en la mesa de enfrente, en una esquina oscura, me detuve a observarla con mayor interés… y a escuchar con disimulo su conversación. Era una semielfa, eso estaba claro; el hombre también se dio cuenta, cualquiera lo haría… aunque a él no pareció molestarle su parte elfa, como a veces era costumbre entre otros humanos.
Seguí escuchando las preguntas que ella formulaba, y las respuestas que él la daba sobre quienes buscaba. Shäyra, la había llamado.
Entonces, un estruendoso ruido indicó que alguien con pocos modales, borrachos probablemente, había entrado en el lugar. Me giré con el ceño fruncido en las profundidades de mi capucha y el labio superior contraído con algo de repugnancia, contemplando a lo que, efectivamente, eran un grupo de hombres ebrios.
La semielfa decidió poner fin a su estancia en la posada, algo que me pareció totalmente lógico, y se encaminó hacia la puerta con discreción. No obstante, uno de los hombres la interceptó, impidiéndola avanzar y abandonar el lugar. Observé con atención el forcejeo verbal entre ambos, hasta que él la golpeó un hombro y ella sacó su daga, poniéndome en tensión. Lo cierto era que a mí también me estaba apeteciendo marcharme de allí. Finalmente, tras una leve vacilación, la joven se abalanzó sobre el hombre presta a apuñalarle con su daga.
Ignoraba si ese hombre era el líder del grupo, pero cuando la semielfa le atacó, observé algo de lo que probablemente ella no pudo darse cuenta; el resto sacaron sus propias armas (dagas unos, espadas otros), prestos a ayudar a su amigo. Como me gustaba permanecer neutral, no había decidido meterme entre la pelea del humano y la tal Shäyra, no obstante, si los demás se unían a la refriega, ni sería noble… ni me sería fácil abandonar la posada. Por lo que, con seguridad y firmeza, me levanté de mi mesa, y me acerqué a los otros, quienes en un principio no se fijaron en mí. Cerré un momento los ojos, llevándome una mano a uno de mis saquillos, recordando, y recité:
-Ast tasarak sinularan krynawi. -dije con voz grave mientras lanzaba al aire un puñado de arena. Acto seguido, esos tipos cayeron redondos al suelo, dormidos. No despertarían hasta unas cuantas horas después. Por supuesto, lo que hice no pasó desapercibido. Algunos gritaron, sorprendidos unos, indignados otros. Hubo algunos borrachos que lanzaron fuertes risotadas, y otros simplemente decidieron no llamar la atención. Pero entonces, dos hombres con gesto furibundo se pusieron en pie, a unos pocos metros de distancia de mí. Por sus armaduras, era evidente que se trataban de Caballeros de Solamnia. Puse los ojos en blanco y contuve un suspiro, aquellos idiotas siempre habían desconfiado de la magia. Di un par de pasos hacia atrás, colocándome de espaldas a la pared que estaba al lado de la puerta, asegurando mi espalda, y una posible salida. No atacaría a los caballeros a no ser que ellos lo hiciesen.
Sayen- Mensajes : 30
Fecha de inscripción : 13/07/2010
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Raza: Humano
Re: Atrás quedan aquellos días...
Antes de poder siquiera rozar al adversario, Shäyra interceptó un leve movimiento de un Túnica Roja apostado cerca de donde el grupo de borrachos estaba. Vio, sin asombro ninguno, cómo la hechicera pronunciaba un conjuro y cómo, acto seguido, el contingente de ebrios caía al suelo, dormido. Supo del sexo de ella gracias a la frase arcana, citada con una voz suave y, aunque firme, no tan grave como la de un varón.
-Eso no ha sido una buena idea...-murmuró Erelik, mirando a la Túnica Roja y, seguido, negando con la cabeza.
Shäyra estaba de acuerdo con su gemela. Los parroquianos alzaron la voz, asombrados, enfadados, todos intranquilos ante la magia. La semielfa observó a unos hombres, Caballeros de Solamnia a juzgar por su vestimenta, que se acababan de levantar de su mesa y miraban a la joven con el entrecejo fruncido y la mandíbula apretada. ¿Qué le harían a la hechicera? ¿La atacarían?
Miró a la Túnica Roja, que se había acercado poco a poco a la pared, muy cerca de la puerta. ¿Qué pretendía, huir? ¡Esos Caballeros la perseguirían, sin duda! ¡Y todo era por su culpa! Si hubiera sido lo suficientemente fuerte, podría haberse encargado del asunto ella sola y no tener que haber metido a nadie más en aquel turbio encuentro. Se acercó a la joven. Si esos Caballeros atacaban, no la dejaría sola, aunque sabía de antemano que bien podría arreglarlo ella sin ayuda de nadie más.
-Hechicera, agradezco su ayuda-susurró, con voz fría y tensa-. Si ellos atacan, intentaré...-calló.
¿Intentar? ¿El qué? ¡Por Paladine, no había podido tumbar a un borracho, menos haría con un Caballero de Solamnia! Les miró de reojo. ¿Qué podría hacer? ¡Estorbar, solo estorbar! No lo dudó ni un instante...Desenfundó su arma más preciada, su posesión más querida: el báculo. Apostada al lado de la hechicera, lanzó una mirada a los dos hombres, que habían sacado las armas. Notó, en uno de ellos, un ligero rubor. Frunció el ceño.
-''¿Otro borracho? ¿Qué les pasará a estas gentes para entregarse de esa forma a la bebida?''
Agarró el cayado de forma que no pareciese amenazante. Su mirada se tornó fría, serena, como el mar en calma. Uno de los parroquianos se rió.
-¿Qué piensas hacer? ¿Vas a atacar a unos Caballeros de Solamnia con un palo?
Shäyra sonrió, disimuladamente. Erelik había lanzado un hechizo de camuflaje sobre su bastón, de forma que la cuchilla no era visible. En su lugar, sólo había más madera. De pronto, su colgante comenzó a pesar de una forma inusitada. ¿Qué pasaba?
Un Caballero de Solamnia, el más ''contento'', empezó a gritar sin pavor ninguno, agitando su espada. El otro hizo un gesto terminante, enfadado, parando la acción estúpida de su colega. ¿Que iban a hacer? ¡No se decidían a atacar! Shäyra contuvo un reniego y golpeó disimuladamente a la hechicera, tratando de llamar su atención para que saliese del local.
-Estos hombres no se deciden a atacar. Será mejor que aproveches su indecisión para salir de aquí-le dijo en voz muy baja.
¿Haría caso la hechicera?
-Eso no ha sido una buena idea...-murmuró Erelik, mirando a la Túnica Roja y, seguido, negando con la cabeza.
Shäyra estaba de acuerdo con su gemela. Los parroquianos alzaron la voz, asombrados, enfadados, todos intranquilos ante la magia. La semielfa observó a unos hombres, Caballeros de Solamnia a juzgar por su vestimenta, que se acababan de levantar de su mesa y miraban a la joven con el entrecejo fruncido y la mandíbula apretada. ¿Qué le harían a la hechicera? ¿La atacarían?
Miró a la Túnica Roja, que se había acercado poco a poco a la pared, muy cerca de la puerta. ¿Qué pretendía, huir? ¡Esos Caballeros la perseguirían, sin duda! ¡Y todo era por su culpa! Si hubiera sido lo suficientemente fuerte, podría haberse encargado del asunto ella sola y no tener que haber metido a nadie más en aquel turbio encuentro. Se acercó a la joven. Si esos Caballeros atacaban, no la dejaría sola, aunque sabía de antemano que bien podría arreglarlo ella sin ayuda de nadie más.
-Hechicera, agradezco su ayuda-susurró, con voz fría y tensa-. Si ellos atacan, intentaré...-calló.
¿Intentar? ¿El qué? ¡Por Paladine, no había podido tumbar a un borracho, menos haría con un Caballero de Solamnia! Les miró de reojo. ¿Qué podría hacer? ¡Estorbar, solo estorbar! No lo dudó ni un instante...Desenfundó su arma más preciada, su posesión más querida: el báculo. Apostada al lado de la hechicera, lanzó una mirada a los dos hombres, que habían sacado las armas. Notó, en uno de ellos, un ligero rubor. Frunció el ceño.
-''¿Otro borracho? ¿Qué les pasará a estas gentes para entregarse de esa forma a la bebida?''
Agarró el cayado de forma que no pareciese amenazante. Su mirada se tornó fría, serena, como el mar en calma. Uno de los parroquianos se rió.
-¿Qué piensas hacer? ¿Vas a atacar a unos Caballeros de Solamnia con un palo?
Shäyra sonrió, disimuladamente. Erelik había lanzado un hechizo de camuflaje sobre su bastón, de forma que la cuchilla no era visible. En su lugar, sólo había más madera. De pronto, su colgante comenzó a pesar de una forma inusitada. ¿Qué pasaba?
Un Caballero de Solamnia, el más ''contento'', empezó a gritar sin pavor ninguno, agitando su espada. El otro hizo un gesto terminante, enfadado, parando la acción estúpida de su colega. ¿Que iban a hacer? ¡No se decidían a atacar! Shäyra contuvo un reniego y golpeó disimuladamente a la hechicera, tratando de llamar su atención para que saliese del local.
-Estos hombres no se deciden a atacar. Será mejor que aproveches su indecisión para salir de aquí-le dijo en voz muy baja.
¿Haría caso la hechicera?
Shäyra- Mensajes : 31
Fecha de inscripción : 02/07/2010
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Raza: Semielfo
Re: Atrás quedan aquellos días...
Los caballeros cuadraron los hombros y siguieron contemplándome con gesto hosco. No me hubiese extrañado oírles rechinar los dientes. Sus ojos se dirigían de los hombres desplomados a la semielfa y finalmente a mí, varias veces. Era evidente que estaban reflexionando sobre qué hacer.
Noté una presencia que se acercó a mí, pero no me puse en tensión, ya que por el rabillo del ojo vi que se trataba de la joven medio elfa.
-Hechicera, agradezco su ayuda. –me dijo en un timbre bajo y distante. – Si ellos atacan, intentaré… -se interrumpió. La dirigí una segunda mirada sin poder evitar enarcar una ceja. Si los caballeros atacaban, igualmente yo saldría ganando. El problema estaba en abandonar la ciudad… o tal vez ni siquiera, ya que aunque alguien saliese de la posada a denunciar mi ataque a los solámnicos, los otros Caballeros tardarían en reunir una patrulla y salir a buscarme. No, yo contaba con ventaja. Sin embargo, valoré la gratitud de la semielfa. ¿O tal vez se sentía culpable?
Casi al mismo tiempo, tanto los Caballeros de Solamnia como la semielfa sacaron sus armas. Me fijé con curiosidad en el de la tal Shäyra: se trataba de un báculo de madera. A simple vista, parecía así de corriente. No obstante, no me convenció, y tenía esa sensación que siempre sentía cuando notaba algo hechizado. Mas eso no hizo sino aumentar mi extrañez, ya que aquella joven no parecía ser, evidentemente, una hechicera. ¿O tal vez era una renegada?
Alguien de entre la clientela de la posada prorrumpió en carcajadas burlonas.
-¿Qué piensas hacer? ¿Vas a atacar a unos Caballeros de Solamnia con un palo?
Volví la cabeza con absoluta frialdad hacia el dueño de la voz, un tipo grueso y medio calvo que, al ver que la “misteriosa” Túnica Roja se giraba hacia él, no tardó en borrar su estúpida mueca de la cara.
-No habrá ataque alguno, a no ser que tengamos que defender nuestras vidas. –dije con la voz como el hielo. La última parte de la frase la acabé dirigiendo una mirada irónica (que nadie percibió) a los caballeros.
Entonces uno de los caballeros, también bebido debido a sus ojos brillantes y sus carrillos colorados, comenzó a agitar nerviosamente su espada y a chillar una sarta de tonterías. Su compañero, siempre con el cejo fruncido, lo acalló con un gesto tajante y firme. Suspiré. ¿Seguirían jugando a los soldaditos o se decidirían de una vez por todas? Noté un golpe, que no pretendía hacer daño, proveniente de la semielfa. Ladeé ligeramente la cabeza para escuchar mejor lo que fuese que quisiera decirme.
-Estos hombres no se deciden a atacar. Será mejor que aproveches su indecisión para salir de aquí. –aconsejó, en un tono de voz tan bajo, que al principio me costó escucharla.
No lo hice inmediatamente. Volví a mirar una vez más a los caballeros. El que había ordenado callar al otro, que sin duda debía pertenecer a un cargo más alto, tal vez un oficial, reflejaba en su mirada su debate interior. En sus ojos se leía, por una parte, el odio a la magia y los hechiceros, por la otra, que los borrachos habrían, tal vez, causado daños irreparables (como, quizá, la muerte de la semielfa) que igualmente hubiesen tenido que corregir. El caballero volvió a mirar con el ceño fruncido, y algo preocupado, a los hombres ebrios que dormían, inmóviles.
-No están muertos. –medio siseé, cansada de la situación. –Dentro de unas horas despertarán. Ni siquiera han sufrido heridas.
Y, dicho esto, saludé burlonamente con la cabeza, en una parodia a los saludos solámnicos, y salí de la posada; no sin antes hacerle un gesto a la semielfa para que me acompañara.
-Salgamos de aquí. –susurré. Al fin y al cabo, ella también estaba metida en el problema… Y no podía negar la curiosidad que sentía sobre su cayado.
Afuera, ya era de noche. Me alejé sigilosamente de la posada, franqueando las calles de Palanthas, hasta llegar a una esquina discreta y, por lo que parecía, poco frecuentada, donde me detuve para comprobar si la semielfa me seguía, y hablar con ella.
Noté una presencia que se acercó a mí, pero no me puse en tensión, ya que por el rabillo del ojo vi que se trataba de la joven medio elfa.
-Hechicera, agradezco su ayuda. –me dijo en un timbre bajo y distante. – Si ellos atacan, intentaré… -se interrumpió. La dirigí una segunda mirada sin poder evitar enarcar una ceja. Si los caballeros atacaban, igualmente yo saldría ganando. El problema estaba en abandonar la ciudad… o tal vez ni siquiera, ya que aunque alguien saliese de la posada a denunciar mi ataque a los solámnicos, los otros Caballeros tardarían en reunir una patrulla y salir a buscarme. No, yo contaba con ventaja. Sin embargo, valoré la gratitud de la semielfa. ¿O tal vez se sentía culpable?
Casi al mismo tiempo, tanto los Caballeros de Solamnia como la semielfa sacaron sus armas. Me fijé con curiosidad en el de la tal Shäyra: se trataba de un báculo de madera. A simple vista, parecía así de corriente. No obstante, no me convenció, y tenía esa sensación que siempre sentía cuando notaba algo hechizado. Mas eso no hizo sino aumentar mi extrañez, ya que aquella joven no parecía ser, evidentemente, una hechicera. ¿O tal vez era una renegada?
Alguien de entre la clientela de la posada prorrumpió en carcajadas burlonas.
-¿Qué piensas hacer? ¿Vas a atacar a unos Caballeros de Solamnia con un palo?
Volví la cabeza con absoluta frialdad hacia el dueño de la voz, un tipo grueso y medio calvo que, al ver que la “misteriosa” Túnica Roja se giraba hacia él, no tardó en borrar su estúpida mueca de la cara.
-No habrá ataque alguno, a no ser que tengamos que defender nuestras vidas. –dije con la voz como el hielo. La última parte de la frase la acabé dirigiendo una mirada irónica (que nadie percibió) a los caballeros.
Entonces uno de los caballeros, también bebido debido a sus ojos brillantes y sus carrillos colorados, comenzó a agitar nerviosamente su espada y a chillar una sarta de tonterías. Su compañero, siempre con el cejo fruncido, lo acalló con un gesto tajante y firme. Suspiré. ¿Seguirían jugando a los soldaditos o se decidirían de una vez por todas? Noté un golpe, que no pretendía hacer daño, proveniente de la semielfa. Ladeé ligeramente la cabeza para escuchar mejor lo que fuese que quisiera decirme.
-Estos hombres no se deciden a atacar. Será mejor que aproveches su indecisión para salir de aquí. –aconsejó, en un tono de voz tan bajo, que al principio me costó escucharla.
No lo hice inmediatamente. Volví a mirar una vez más a los caballeros. El que había ordenado callar al otro, que sin duda debía pertenecer a un cargo más alto, tal vez un oficial, reflejaba en su mirada su debate interior. En sus ojos se leía, por una parte, el odio a la magia y los hechiceros, por la otra, que los borrachos habrían, tal vez, causado daños irreparables (como, quizá, la muerte de la semielfa) que igualmente hubiesen tenido que corregir. El caballero volvió a mirar con el ceño fruncido, y algo preocupado, a los hombres ebrios que dormían, inmóviles.
-No están muertos. –medio siseé, cansada de la situación. –Dentro de unas horas despertarán. Ni siquiera han sufrido heridas.
Y, dicho esto, saludé burlonamente con la cabeza, en una parodia a los saludos solámnicos, y salí de la posada; no sin antes hacerle un gesto a la semielfa para que me acompañara.
-Salgamos de aquí. –susurré. Al fin y al cabo, ella también estaba metida en el problema… Y no podía negar la curiosidad que sentía sobre su cayado.
Afuera, ya era de noche. Me alejé sigilosamente de la posada, franqueando las calles de Palanthas, hasta llegar a una esquina discreta y, por lo que parecía, poco frecuentada, donde me detuve para comprobar si la semielfa me seguía, y hablar con ella.
Sayen- Mensajes : 30
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Re: Atrás quedan aquellos días...
Shäyra siguió a la hechicera por las calles de Palanthas. Se detuvieron ambas en una esquina solitaria de la ciudad. La semielfa desvió su mirada hacia Solinari, plateada y pura. La luz de la luna se reflejó en sus ojos de tal manera que éstos obtuvieron un color pálido, casi etéreo.
-Vaya, tiene curiosidad por tu cayado, hermana-dijo Erelik, que se había sentado en el suelo, de rodillas, mientras que su vestido perlado se movía suavemente al son de la brisa.
Shäyra no contestó, y fijó la vista en aquel objeto. Lo acarició con mimo, y una medio sonrisa asomó a su rostro tan serio y frío como el propio astro que emitía sus destellos sobre aquella calle. Desvió su cabeza hacia la izquierda, donde sintió la presencia de alguien. Frunció el ceño y apretó con fuerza la madera de su bastón.
-Solo es un gato, Shäyra.
Erelik negó con la cabeza ante la estúpida reacción de su hermana.
-Chss...-le dijo ella, demasiado alto tuvo que admitir.
No era un gato. Era una persona. Pero...
Shäyra emitió un pequeño grito, llevándose la mano al colgante, cada vez más pesado. Aquel humano se acercó a ella.
Con los ojos entrecerrados, vislumbró el rostro sereno y hermoso de su querida hermanastra, envuelta en vapores blancos. La semielfa la miró, con una extraña mueca en su cara. Si veía a su hermana, eso quería decir que...
-No...¡No! ¡¡NO!!-gritó, doblándose sobre sí misma pero sin desviar la mirada de su hermana.
-¡Shäyra, no está muerta! ¡Es un hechizo, tiene que serlo! ¡Querrá decirte algo!-dijo Erelik, levantándose y agarrando a su hermana.
Un grito ensordecedor cubrió las calles de Palanthas. Un nombre surgió de la boca de la semielfa...
-¡¡¡ALASSE!!!
De pronto, la imagen de la elfa se borró. Shäyra, esta vez, solo vio a la Túnica Roja. Notó algo en la mano con la que apretaba el colgante. La alzó de tal forma que pudiera contemplarla sin problemas. Nada.
Absolutamente nada.
Erelik entendió el mensaje de su hermanastra. Acarició la espalda de Shäyra.
-No está muerta, créeme. Solo te insta a que te des prisa. Talik y ella te necesitan.
-Pero...el hombre...el hombre me dijo que esperase hasta mañana. ¡Me dijo que no podía hacer esto sola! ¡Alguien se tiene que presentar, alguien cuyo camino esté cruzado de alguna manera con el mío!
Shäyra calló y miró a la humana. ¿Ella? No...¿Qué objetivo común tendrían? Su misión la dirigía al sur...Su camino era peligroso, desconcertante y, por mucho que dijese el hombre, solitario. No podía embaucar a nadie para que la ayudase a rescatar a sus hermanos. Era un viaje íntimo, plagado de dolor y soledad por los cuatro costados.
-[i]Alasse...Talik...-murmuró, al borde de la amargura, la locura y el llanto.
-Vaya, tiene curiosidad por tu cayado, hermana-dijo Erelik, que se había sentado en el suelo, de rodillas, mientras que su vestido perlado se movía suavemente al son de la brisa.
Shäyra no contestó, y fijó la vista en aquel objeto. Lo acarició con mimo, y una medio sonrisa asomó a su rostro tan serio y frío como el propio astro que emitía sus destellos sobre aquella calle. Desvió su cabeza hacia la izquierda, donde sintió la presencia de alguien. Frunció el ceño y apretó con fuerza la madera de su bastón.
-Solo es un gato, Shäyra.
Erelik negó con la cabeza ante la estúpida reacción de su hermana.
-Chss...-le dijo ella, demasiado alto tuvo que admitir.
No era un gato. Era una persona. Pero...
Shäyra emitió un pequeño grito, llevándose la mano al colgante, cada vez más pesado. Aquel humano se acercó a ella.
Con los ojos entrecerrados, vislumbró el rostro sereno y hermoso de su querida hermanastra, envuelta en vapores blancos. La semielfa la miró, con una extraña mueca en su cara. Si veía a su hermana, eso quería decir que...
-No...¡No! ¡¡NO!!-gritó, doblándose sobre sí misma pero sin desviar la mirada de su hermana.
-¡Shäyra, no está muerta! ¡Es un hechizo, tiene que serlo! ¡Querrá decirte algo!-dijo Erelik, levantándose y agarrando a su hermana.
Un grito ensordecedor cubrió las calles de Palanthas. Un nombre surgió de la boca de la semielfa...
-¡¡¡ALASSE!!!
De pronto, la imagen de la elfa se borró. Shäyra, esta vez, solo vio a la Túnica Roja. Notó algo en la mano con la que apretaba el colgante. La alzó de tal forma que pudiera contemplarla sin problemas. Nada.
Absolutamente nada.
Erelik entendió el mensaje de su hermanastra. Acarició la espalda de Shäyra.
-No está muerta, créeme. Solo te insta a que te des prisa. Talik y ella te necesitan.
-Pero...el hombre...el hombre me dijo que esperase hasta mañana. ¡Me dijo que no podía hacer esto sola! ¡Alguien se tiene que presentar, alguien cuyo camino esté cruzado de alguna manera con el mío!
Shäyra calló y miró a la humana. ¿Ella? No...¿Qué objetivo común tendrían? Su misión la dirigía al sur...Su camino era peligroso, desconcertante y, por mucho que dijese el hombre, solitario. No podía embaucar a nadie para que la ayudase a rescatar a sus hermanos. Era un viaje íntimo, plagado de dolor y soledad por los cuatro costados.
-[i]Alasse...Talik...-murmuró, al borde de la amargura, la locura y el llanto.
Shäyra- Mensajes : 31
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Re: Atrás quedan aquellos días...
Cuando me detuve, finalmente en aquel rincón palanthiano, me giré hacia la semielfa. Ésta acariciaba el báculo que me llamaba la atención con cariño, casi nostalgia, y hasta creí notar que una leve sonrisa se formaba en sus labios.
Entonces su actitud tranquila cambió. Se giró, tal vez sobresaltada, hacia un lado. Chistó, como si mandase callar… únicamente que yo no había pronunciado palabra desde que salí de la taberna. De repente, la semielfa gritó al tiempo que se llevaba una mano a un colgante que portaba en el cuello. Seguí la dirección de su mirada, esperando encontrar (por la expresión que había adoptado la mujer) por lo menos una horda de ogros.
No vi nada.
Fruncí el ceño y me giré de nuevo hacia la semielfa.
-No… ¡No! ¡¡NO!! –gritó esta, sin apartar la vista de aquel punto, para mí, inexistente. Pegué un pequeño respingo, pero luego me sobrepuse de nuevo.
Por Lunitari bendita… ¿había topado con una loca? Era posible, muchos semielfos, obsesionados con no poder encajar (ni ser aceptados) ni entre humanos ni entre elfos, acababan perdiendo la razón… Si era su caso, además podía ser también una loca agresiva. Y armada con, entre otras cosas, un báculo probablemente hechizado. Pero, después del grito de la joven demente, percibí algo. Algo que me dejó atónita. No había oído ni visto nada… no obstante, había sentido algo. Algo al lado de esa Shäyra. Algo como una presencia… y la semielfa, sin duda, y teniendo en cuenta sus extrañas reacciones, sí que podía interactuar con ella. Había un modo de averiguar si, tal y como comenzaba a sospechar, había un espíritu entre nosotras: un hechizo. Lo conocía, lo recordaba, sentía las palabras ardiendo en mi lengua… pero me contuve. Siempre, por si acaso, me gustaba contar con ventaja, por ejemplo, sabiendo más del resto de lo que los demás pudiesen conocer de mí. No quería que la semielfa supiese todavía las preguntas que me había empezado a formular interiormente. Así que callé y aguardé, desterrando de mi mente la posibilidad de que aquella mujer hubiera perdido el norte.
-¡¡¡ALASSE!!! –aulló ella, tan estruendosamente, que temí que nos descubrieran demasiado pronto. Sin duda, tras ese grito, deberíamos abandonar la ciudad cuanto antes. Además, había reconocido ese nombre, Alasse. La semielfa había preguntado por ella a aquel tipo de la posada.
Tras una corta pausa, la mujer comenzó a susurrar lastimosamente, tan bajo, que no acerté a enterarme de lo que decía. Sólo unas pocas palabras llegaron a mis oídos, convenciéndome del todo que aquella semielfa hablaba con un fantasma: hombre, camino cruzado, esperar, alguien…
Guardó silencio y, para mi sorpresa, se volvió hacia mí, dirigiéndome una mirada dubitativa.
-Alasse… Talik…-aquel último nombre me sobresaltó, haciendo que abriese los ojos de par en par, y mi mente se sumiese en recuerdos del pasado. Conocía aquel nombre.
“Ocurrió haría unos pocos años, el día del Solsticio Vernal y, por lo tanto, feria en Haven. Maver había montado su propio puesto en la feria, donde vendía huevos, carne, y demás productos de su granja, además de gallinas y un cordero. También se iba a presentar a un (estúpido, a mi modo de ver) concurso vacuno. Yo, como buena hija (aunque no biológica) suya, tenía que ayudarle. Mi tarea era traer de la casa al puesto huevos y gallinas en medianas jaulas de madera, que si bien no pesaban mucho, me impedían ver bien hacia delante y por donde pisaba. Alguien debía de haber dejado tirada alguna maldita cosa por el suelo, y tropecé. La jaula con las gallinas y las cajas de huevos salieron volando por los aires mientras yo caía al suelo, haciéndome daño (aunque nada grave) en las manos, las rodillas y un arañazo en la barbilla. Y entonces oí una voz musical, que no podía ser completamente humana. Habló en un idioma que reconocí al instante, ya que yo, a escondidas de Maver, lo estudiaba todos los días con gran dedicación.
-Itz nuitar kor salakan. –dijo. Miré hacia delante, y vi las jaulas y los huevos posarse suavemente sobre el suelo, como la caída de una pluma. Maver se habría alegrado de que no se hubiese echado a perder todo aquello, pero a mí me daba igual. Unas suaves manos me agarraron de un brazo y la cintura y me ayudaron a incorporarme. Inmediatamente, me giré hacia el responsable. Y me quedé sin aliento. Era un joven, de aspecto poco mayor que yo. Se trataba de un semielfo. Todo en él me resultaba atractivo. Su aspecto, delgado pero fuerte, su figura esbelta. Su rostro era sumamente atrayente; su cabello era de un hermoso color rojizo, y a pesar de su talante serio, su boca estaba contraída en una ligera sonrisa amable. Pero lo que más me llamaron la atención fueron sus ojos, de un color gris azulado, los ojos más hermosos que había visto. De repente, me sentí, yo, una simple humana que cargaba con gallinas y huevos, torpe y vulgar. A lo largo de mi vida, muchas personas habían admirado mi, según ellas, belleza y gracilidad; pero al lado de aquel semielfo me sentí infinitamente pequeña, insulsa y tímida. Tímida, yo. Pero intenté disimular lo mejor que pude.
-Muchas gracias. –le dije. Luego dudé, mientras él asentía y hacía amago de darse la vuelta y marcharse, pero finalmente me decidí a decirle:- Un buen hechizo, aunque yo hubiese usado el de congelación para detener las jaulas en el aire.
El joven medio elfo se volvió de nuevo hacia mí. Me satisfizo ver por un momento su rostro sorprendido, seguro que no había esperado que esa pobre humana tuviese conocimientos arcanos.
-Eso hubiese llamado más la atención. –dijo con otra pequeña sonrisa. Luego me miró de nuevo.- Perdona, no conozco tu nombre.
-Sayen. –dije yo.- Sayen Fester. Y tú eres…
-Talik.-repuso él simplemente.”
Mi visión se aclaró de nuevo mientras yo parpadeaba, aturdida por estar de nuevo en el presente. Mi vista se dirigió hacia la semielfa que tenía delante, y no pude evitar darme cuenta del perfecto e imposible parecido que había entre ella y Talik. Y sus ojos… eran iguales que los suyos. Sentí un pequeño estremecimiento interior.
-Te llamas Shäyra, ¿no? –le pregunté el nombre que había utilizado antes aquel individuo.- Yo soy Sayen Fester. –dije después.
Hice una pausa, dudosa. No estaba convencida de que fuese una buena idea, de hecho, no lo era, pero por otra parte lo deseaba… Dirigí la mirada al estrellado cielo, el mismo cielo en el que hacía semanas había descubierto que dos constelaciones (la del Dragón de Platino y la de la Reina Oscura) faltaban; y vi a la hermosa Lunitari, mi luna, llena. Lo tomé como una señal, y me decidí.
-Si no me equivoco, me parece que estás buscando a Talik… y a Alasse. –añadí rápidamente.- Ignoro el motivo –eso en realidad no era del todo cierto, ya que estaba segura de que debían ser familia suya, pero me lo callé.-, pero no me parece que sea por nada maligno –repuse con una media sonrisa.-. Por eso, creo que puedo ayudarte a encontrarles.
Entonces su actitud tranquila cambió. Se giró, tal vez sobresaltada, hacia un lado. Chistó, como si mandase callar… únicamente que yo no había pronunciado palabra desde que salí de la taberna. De repente, la semielfa gritó al tiempo que se llevaba una mano a un colgante que portaba en el cuello. Seguí la dirección de su mirada, esperando encontrar (por la expresión que había adoptado la mujer) por lo menos una horda de ogros.
No vi nada.
Fruncí el ceño y me giré de nuevo hacia la semielfa.
-No… ¡No! ¡¡NO!! –gritó esta, sin apartar la vista de aquel punto, para mí, inexistente. Pegué un pequeño respingo, pero luego me sobrepuse de nuevo.
Por Lunitari bendita… ¿había topado con una loca? Era posible, muchos semielfos, obsesionados con no poder encajar (ni ser aceptados) ni entre humanos ni entre elfos, acababan perdiendo la razón… Si era su caso, además podía ser también una loca agresiva. Y armada con, entre otras cosas, un báculo probablemente hechizado. Pero, después del grito de la joven demente, percibí algo. Algo que me dejó atónita. No había oído ni visto nada… no obstante, había sentido algo. Algo al lado de esa Shäyra. Algo como una presencia… y la semielfa, sin duda, y teniendo en cuenta sus extrañas reacciones, sí que podía interactuar con ella. Había un modo de averiguar si, tal y como comenzaba a sospechar, había un espíritu entre nosotras: un hechizo. Lo conocía, lo recordaba, sentía las palabras ardiendo en mi lengua… pero me contuve. Siempre, por si acaso, me gustaba contar con ventaja, por ejemplo, sabiendo más del resto de lo que los demás pudiesen conocer de mí. No quería que la semielfa supiese todavía las preguntas que me había empezado a formular interiormente. Así que callé y aguardé, desterrando de mi mente la posibilidad de que aquella mujer hubiera perdido el norte.
-¡¡¡ALASSE!!! –aulló ella, tan estruendosamente, que temí que nos descubrieran demasiado pronto. Sin duda, tras ese grito, deberíamos abandonar la ciudad cuanto antes. Además, había reconocido ese nombre, Alasse. La semielfa había preguntado por ella a aquel tipo de la posada.
Tras una corta pausa, la mujer comenzó a susurrar lastimosamente, tan bajo, que no acerté a enterarme de lo que decía. Sólo unas pocas palabras llegaron a mis oídos, convenciéndome del todo que aquella semielfa hablaba con un fantasma: hombre, camino cruzado, esperar, alguien…
Guardó silencio y, para mi sorpresa, se volvió hacia mí, dirigiéndome una mirada dubitativa.
-Alasse… Talik…-aquel último nombre me sobresaltó, haciendo que abriese los ojos de par en par, y mi mente se sumiese en recuerdos del pasado. Conocía aquel nombre.
“Ocurrió haría unos pocos años, el día del Solsticio Vernal y, por lo tanto, feria en Haven. Maver había montado su propio puesto en la feria, donde vendía huevos, carne, y demás productos de su granja, además de gallinas y un cordero. También se iba a presentar a un (estúpido, a mi modo de ver) concurso vacuno. Yo, como buena hija (aunque no biológica) suya, tenía que ayudarle. Mi tarea era traer de la casa al puesto huevos y gallinas en medianas jaulas de madera, que si bien no pesaban mucho, me impedían ver bien hacia delante y por donde pisaba. Alguien debía de haber dejado tirada alguna maldita cosa por el suelo, y tropecé. La jaula con las gallinas y las cajas de huevos salieron volando por los aires mientras yo caía al suelo, haciéndome daño (aunque nada grave) en las manos, las rodillas y un arañazo en la barbilla. Y entonces oí una voz musical, que no podía ser completamente humana. Habló en un idioma que reconocí al instante, ya que yo, a escondidas de Maver, lo estudiaba todos los días con gran dedicación.
-Itz nuitar kor salakan. –dijo. Miré hacia delante, y vi las jaulas y los huevos posarse suavemente sobre el suelo, como la caída de una pluma. Maver se habría alegrado de que no se hubiese echado a perder todo aquello, pero a mí me daba igual. Unas suaves manos me agarraron de un brazo y la cintura y me ayudaron a incorporarme. Inmediatamente, me giré hacia el responsable. Y me quedé sin aliento. Era un joven, de aspecto poco mayor que yo. Se trataba de un semielfo. Todo en él me resultaba atractivo. Su aspecto, delgado pero fuerte, su figura esbelta. Su rostro era sumamente atrayente; su cabello era de un hermoso color rojizo, y a pesar de su talante serio, su boca estaba contraída en una ligera sonrisa amable. Pero lo que más me llamaron la atención fueron sus ojos, de un color gris azulado, los ojos más hermosos que había visto. De repente, me sentí, yo, una simple humana que cargaba con gallinas y huevos, torpe y vulgar. A lo largo de mi vida, muchas personas habían admirado mi, según ellas, belleza y gracilidad; pero al lado de aquel semielfo me sentí infinitamente pequeña, insulsa y tímida. Tímida, yo. Pero intenté disimular lo mejor que pude.
-Muchas gracias. –le dije. Luego dudé, mientras él asentía y hacía amago de darse la vuelta y marcharse, pero finalmente me decidí a decirle:- Un buen hechizo, aunque yo hubiese usado el de congelación para detener las jaulas en el aire.
El joven medio elfo se volvió de nuevo hacia mí. Me satisfizo ver por un momento su rostro sorprendido, seguro que no había esperado que esa pobre humana tuviese conocimientos arcanos.
-Eso hubiese llamado más la atención. –dijo con otra pequeña sonrisa. Luego me miró de nuevo.- Perdona, no conozco tu nombre.
-Sayen. –dije yo.- Sayen Fester. Y tú eres…
-Talik.-repuso él simplemente.”
Mi visión se aclaró de nuevo mientras yo parpadeaba, aturdida por estar de nuevo en el presente. Mi vista se dirigió hacia la semielfa que tenía delante, y no pude evitar darme cuenta del perfecto e imposible parecido que había entre ella y Talik. Y sus ojos… eran iguales que los suyos. Sentí un pequeño estremecimiento interior.
-Te llamas Shäyra, ¿no? –le pregunté el nombre que había utilizado antes aquel individuo.- Yo soy Sayen Fester. –dije después.
Hice una pausa, dudosa. No estaba convencida de que fuese una buena idea, de hecho, no lo era, pero por otra parte lo deseaba… Dirigí la mirada al estrellado cielo, el mismo cielo en el que hacía semanas había descubierto que dos constelaciones (la del Dragón de Platino y la de la Reina Oscura) faltaban; y vi a la hermosa Lunitari, mi luna, llena. Lo tomé como una señal, y me decidí.
-Si no me equivoco, me parece que estás buscando a Talik… y a Alasse. –añadí rápidamente.- Ignoro el motivo –eso en realidad no era del todo cierto, ya que estaba segura de que debían ser familia suya, pero me lo callé.-, pero no me parece que sea por nada maligno –repuse con una media sonrisa.-. Por eso, creo que puedo ayudarte a encontrarles.
Sayen- Mensajes : 30
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Re: Atrás quedan aquellos días...
Shäyra, sorprendida, centró los ojos en aquella mujer. ¿Había oído bien? ¿Ella podría ayudarla? Se levantó, despacio, estudiando cada rincón de la capucha de aquella humana. Su mirada, antes perdida y vacía, retornó con demasiada rapidez a su frialdad y desconfianza características. Se pasó una mano por el mentón, luego por los cabellos oscuros para apartárselos de la frente. Entrecerró los ojos de forma suspicaz, quedándose estos en dos franjas estrechas de un color entre azul y gris pálido.
¿Podría confiar en aquella hechicera? ¿Podría, mejor dicho, confiar en alguien?
Resopló, y repasó mentalmente la frase de la joven. Había notado un ligero cambio de voz al nombrar a su hermano que, sin embargo, recompuso enseguida. Quizá se lo había imaginado, quizá no. ¿Y si conocía a Talik y a Alasse? ¿Y si no los conocía? Y si, y si, y si...Su vida, sobretodo en los últimos momentos, había girado en torno al ''y si...''. Volvió a resoplar, acariciándose distraidamente la muñeca en la que portaba el cayado. Era bastante reacia a confiar en nadie, pero...¿Y si...?
¡No! ¡No, en los próximos días -quizá dos, quizá tres, lo que aguantase- no pronunciaría las palabras ''y si''! Se aclaró la garganta y...
-¡Ah!-exclamó, mirando el báculo.
El hechizo había desaparecido. Ahora, se presentaba como lo que era en realidad. De la mitad hacia arriba era madera, de la mitad hacia abajo era acero, un acero que despedía cierta tonalidad azulada. Miró a Erelik de reojo, con el ceño demasiado fruncido. Sin embargo, le restó importancia. Si su camino se iba a cruzar con el de la hechicera, tendría que saber cómo era en realidad su vara. Además, pensándolo bien, era una Túnica Roja. Era imposible que no se hubiese dado cuenta de que su bastón estaba hechizado.
-Lo siento-murmuró Erelik.
Shäyra negó con la cabeza, casi divertida.
Carraspeó, alzando la cabeza y posando sus grandes ojos en la mujer.
-Soy Shäyra Yaizher Vardamir. Antes de que comencemos el camino, debo conocer los motivos por los que has decidido acompañarme. Si no me dices la verdad, siento decirte que no permitiré que me acompañes. Y, creéme, sabré si mientes.
Se mordió la lengua. Su última frase había sonado algo amenzante, y no lo había pretendido. Esperaba que no se hubiese molestado.
¿Podría confiar en aquella hechicera? ¿Podría, mejor dicho, confiar en alguien?
Resopló, y repasó mentalmente la frase de la joven. Había notado un ligero cambio de voz al nombrar a su hermano que, sin embargo, recompuso enseguida. Quizá se lo había imaginado, quizá no. ¿Y si conocía a Talik y a Alasse? ¿Y si no los conocía? Y si, y si, y si...Su vida, sobretodo en los últimos momentos, había girado en torno al ''y si...''. Volvió a resoplar, acariciándose distraidamente la muñeca en la que portaba el cayado. Era bastante reacia a confiar en nadie, pero...¿Y si...?
¡No! ¡No, en los próximos días -quizá dos, quizá tres, lo que aguantase- no pronunciaría las palabras ''y si''! Se aclaró la garganta y...
-¡Ah!-exclamó, mirando el báculo.
El hechizo había desaparecido. Ahora, se presentaba como lo que era en realidad. De la mitad hacia arriba era madera, de la mitad hacia abajo era acero, un acero que despedía cierta tonalidad azulada. Miró a Erelik de reojo, con el ceño demasiado fruncido. Sin embargo, le restó importancia. Si su camino se iba a cruzar con el de la hechicera, tendría que saber cómo era en realidad su vara. Además, pensándolo bien, era una Túnica Roja. Era imposible que no se hubiese dado cuenta de que su bastón estaba hechizado.
-Lo siento-murmuró Erelik.
Shäyra negó con la cabeza, casi divertida.
Carraspeó, alzando la cabeza y posando sus grandes ojos en la mujer.
-Soy Shäyra Yaizher Vardamir. Antes de que comencemos el camino, debo conocer los motivos por los que has decidido acompañarme. Si no me dices la verdad, siento decirte que no permitiré que me acompañes. Y, creéme, sabré si mientes.
Se mordió la lengua. Su última frase había sonado algo amenzante, y no lo había pretendido. Esperaba que no se hubiese molestado.
Shäyra- Mensajes : 31
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Re: Atrás quedan aquellos días...
Tal y como había esperado, la semielfa se sorprendió e inmediatamente desconfió de mí. No la culpé por ello, eran malos tiempos, y no era habitual encontrarse a gente dispuesta a ayudarte de una manera desinteresada. Y para los no-magos, mi rango de hechicera era un aliciente para que desconfiasen más aún de mí; independientemente del color de mi túnica.
Shäyra (no me confirmó que ese era su nombre, pero tampoco lo negó) me dirigió una mirada suspicaz y pensativa. Aguardé pacientemente, con las manos embutidas en las mangas de la túnica, mientras observaba con divertida curiosidad los gestos de la joven mientras recapacitaba.
De repente, y prácticamente a la vez que ella, el hechizo del báculo desapareció. La semielfa no había roto el conjuro, teniendo en cuenta su exclamación de sorpresa. Casi ávidamente, me aparté la capucha de la túnica, dejando que cayese a mi espalda, para poder observar mejor el cayado (además, antes había notado como la mujer intentaba escrutar mi rostro desde las sombras de la prenda). Di un paso hacia delante, hacia la semielfa, sin apartar los ojos del bastón, pero enseguida me detuve. No quería alarmarla, por lo que me conformé con estudiarlo con un vistazo desde mi posición. Observé con una mirada crítica el acero del báculo, que desprendía una luz azulada.
Un carraspeo me obligó, casi a regañadientes, a apartar la mirada del objeto y centrarla en la semielfa.
-Soy Shäyra Yaizher Vardamir. Antes de que comencemos el camino, debo conocer los motivos por los que has decidido acompañarme. Si no me dices la verdad, siento decirte que no permitiré que me acompañes. Y, créeme, sabré si mientes.
No pude evitarlo, y solté una queda y corta carcajada ante la amenaza de la semielfa. Cuando mis hombros dejaron de convulsionarse, volví a alzar la mirada hacia ella. Reprimí responder a su última frase desafiante con alguna burla irónica, o decirle algo como qué pretendía hacer ella para evitar que una hechicera hiciese lo que la viniera en gana. No quería ganarme su enemistad. Algo me decía que me interesaba mucho descubrir lo que los dioses nos tuvieran reservado al final de esta aventura, y también quería averiguar la procedencia de su misteriosa vara.
Sin embargo, no podía revelarle del todo mis motivos interiores por los que había decidido acompañarla. No sólo porque eran personales, sino porque tal vez eran más razones por las que no querría que la acompañase. Quién sabe. No, toda la verdad no. Además, no había tiempo que perder. Su discreta forma de conversar con sus apariciones sin duda habría sido oída por alguien, y de un momento a otro veríamos aparecer a una patrulla de Caballeros de Solamnia.
-Te diré la verdad, Shäyra Yaizher Vardamir. A ti, y al ser que te acompaña. –aunque estuviese segura de que había un espíritu entre nosotras, no pude negar interiormente que me estaba tirando un farol de una forma algo temeraria, especialmente si me equivocaba.- Conozco al semielfo que buscas, Talik. Si bien hará unos pocos años que no lo veo, creo que puedo ser una ayuda esencial para tu búsqueda.
Callé un momento, pues me había parecido escuchar algo. Una especie de ruido metálico, que enseguida deduje a qué podría ser debido: armaduras solámnicas correteando por las empedradas calles de Palanthas. Me giré de nuevo hacia Shäyra, con algo de impaciencia.
-Lo mejor será que tomes rápido tu decisión, semielfa. No nos queda mucho tiempo.
Aproximadamente, un minuto. Debido a mi frágil salud, que podía deteriorarse con demasiados esfuerzos físicos, correr no era una posibilidad para mí; por lo que en cuanto la semielfa se decidiese, realizaría un hechizo transportador.
Shäyra (no me confirmó que ese era su nombre, pero tampoco lo negó) me dirigió una mirada suspicaz y pensativa. Aguardé pacientemente, con las manos embutidas en las mangas de la túnica, mientras observaba con divertida curiosidad los gestos de la joven mientras recapacitaba.
De repente, y prácticamente a la vez que ella, el hechizo del báculo desapareció. La semielfa no había roto el conjuro, teniendo en cuenta su exclamación de sorpresa. Casi ávidamente, me aparté la capucha de la túnica, dejando que cayese a mi espalda, para poder observar mejor el cayado (además, antes había notado como la mujer intentaba escrutar mi rostro desde las sombras de la prenda). Di un paso hacia delante, hacia la semielfa, sin apartar los ojos del bastón, pero enseguida me detuve. No quería alarmarla, por lo que me conformé con estudiarlo con un vistazo desde mi posición. Observé con una mirada crítica el acero del báculo, que desprendía una luz azulada.
Un carraspeo me obligó, casi a regañadientes, a apartar la mirada del objeto y centrarla en la semielfa.
-Soy Shäyra Yaizher Vardamir. Antes de que comencemos el camino, debo conocer los motivos por los que has decidido acompañarme. Si no me dices la verdad, siento decirte que no permitiré que me acompañes. Y, créeme, sabré si mientes.
No pude evitarlo, y solté una queda y corta carcajada ante la amenaza de la semielfa. Cuando mis hombros dejaron de convulsionarse, volví a alzar la mirada hacia ella. Reprimí responder a su última frase desafiante con alguna burla irónica, o decirle algo como qué pretendía hacer ella para evitar que una hechicera hiciese lo que la viniera en gana. No quería ganarme su enemistad. Algo me decía que me interesaba mucho descubrir lo que los dioses nos tuvieran reservado al final de esta aventura, y también quería averiguar la procedencia de su misteriosa vara.
Sin embargo, no podía revelarle del todo mis motivos interiores por los que había decidido acompañarla. No sólo porque eran personales, sino porque tal vez eran más razones por las que no querría que la acompañase. Quién sabe. No, toda la verdad no. Además, no había tiempo que perder. Su discreta forma de conversar con sus apariciones sin duda habría sido oída por alguien, y de un momento a otro veríamos aparecer a una patrulla de Caballeros de Solamnia.
-Te diré la verdad, Shäyra Yaizher Vardamir. A ti, y al ser que te acompaña. –aunque estuviese segura de que había un espíritu entre nosotras, no pude negar interiormente que me estaba tirando un farol de una forma algo temeraria, especialmente si me equivocaba.- Conozco al semielfo que buscas, Talik. Si bien hará unos pocos años que no lo veo, creo que puedo ser una ayuda esencial para tu búsqueda.
Callé un momento, pues me había parecido escuchar algo. Una especie de ruido metálico, que enseguida deduje a qué podría ser debido: armaduras solámnicas correteando por las empedradas calles de Palanthas. Me giré de nuevo hacia Shäyra, con algo de impaciencia.
-Lo mejor será que tomes rápido tu decisión, semielfa. No nos queda mucho tiempo.
Aproximadamente, un minuto. Debido a mi frágil salud, que podía deteriorarse con demasiados esfuerzos físicos, correr no era una posibilidad para mí; por lo que en cuanto la semielfa se decidiese, realizaría un hechizo transportador.
Sayen- Mensajes : 30
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Re: Atrás quedan aquellos días...
La semielfa asintió casi de forma imperceptible. Lo había sospechado...La hechicera conocía a su hermano.
-Bien, tu breve explicación me vale. Pero antes, debes saber una cosa: jamás, bajo ninguna circunstancia, deberás pronunciar mis apellidos. No los debes revelar a nadie. Si te los he dicho, ha sido para no empezar esta empresa bajo mentiras. Tenía la esperanza de que me dijeses la verdad, o parte de ella, así que te los mostré; si te has callado algo, tus motivos tendrás, aunque estoy segura de que aquello que no hayas revelado -en caso de que lo hayas hecho- no es peligroso. Ten muy clara una cosa: para el resto del mundo, yo soy Shäyra Erelik.
Cuando terminó de hablar, oyó unos ruidos no muy lejos de la zona en la que estaban. Pisadas en la piedra...¡Claro, aquellos Caballeros de Solamnia!
-Hermana, será mejor que nos vayamos de aquí. ¡Esta noche has sido muy indiscreta!
Shäyra miró de refilón a su gemela, diciendo algo entre dientes. Guardó su cayado, para evitar que, al correr, se cortase una pierna -algo que, seguramente, le sucedería-. Volvió sus ojos hacia la Túnica Roja (¿Sayen se llamaba?) y observó en sus ojos la cruda realidad...No parecía muy dispuesta a correr. Resopló de nuevo -se había olvidado ya de las veces que había resoplado esa noche- y fue a decir algo, pero no pudo abrir la boca. ¿Había hecho la mujer un gesto, o se lo había imaginado? ¿Acaso tenía preparada otra forma de salir de allí, que no fuese la de correr?
-Bien, tu breve explicación me vale. Pero antes, debes saber una cosa: jamás, bajo ninguna circunstancia, deberás pronunciar mis apellidos. No los debes revelar a nadie. Si te los he dicho, ha sido para no empezar esta empresa bajo mentiras. Tenía la esperanza de que me dijeses la verdad, o parte de ella, así que te los mostré; si te has callado algo, tus motivos tendrás, aunque estoy segura de que aquello que no hayas revelado -en caso de que lo hayas hecho- no es peligroso. Ten muy clara una cosa: para el resto del mundo, yo soy Shäyra Erelik.
Cuando terminó de hablar, oyó unos ruidos no muy lejos de la zona en la que estaban. Pisadas en la piedra...¡Claro, aquellos Caballeros de Solamnia!
-Hermana, será mejor que nos vayamos de aquí. ¡Esta noche has sido muy indiscreta!
Shäyra miró de refilón a su gemela, diciendo algo entre dientes. Guardó su cayado, para evitar que, al correr, se cortase una pierna -algo que, seguramente, le sucedería-. Volvió sus ojos hacia la Túnica Roja (¿Sayen se llamaba?) y observó en sus ojos la cruda realidad...No parecía muy dispuesta a correr. Resopló de nuevo -se había olvidado ya de las veces que había resoplado esa noche- y fue a decir algo, pero no pudo abrir la boca. ¿Había hecho la mujer un gesto, o se lo había imaginado? ¿Acaso tenía preparada otra forma de salir de allí, que no fuese la de correr?
Shäyra- Mensajes : 31
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Re: Atrás quedan aquellos días...
Shäyra cabeceó de un modo apenas perceptible. Yo la observaba impacientemente. Necesitaría concentración para realizar el hechizo transportador, y no podría tenerla si estábamos rodeadas de Caballeros de Solamnia.
-Bien, tu breve explicación me vale. –me dijo.- Pero antes, debes saber una cosa: jamás, bajo ninguna circunstancia, deberás pronunciar mis apellidos. No los debes revelar a nadie. Si te los he dicho, ha sido para no empezar esta empresa bajo mentiras. Tenía la esperanza de que me dijeses la verdad, o parte de ella, así que te los mostré; si te has callado algo, tus motivos tendrás, aunque estoy segura de que aquello que no hayas revelado -en caso de que lo hayas hecho- no es peligroso. Ten muy clara una cosa: para el resto del mundo, yo soy Shäyra Erelik.
Asentí y me encogí de hombros. Tanto me daba llamarla Shäyra Yaizher Vardamir, como Shäyra Erelik, como gnoma saltarina.
-Dime, semielfa, ¿Quién es Erelik? –el nombre no se lo habría inventado. El sustituto de sus verdaderos apellidos tenía que venir de algún sitio, y sospechaba que Erelik era una persona. Sin duda, importante para la semielfa.
Pero no había tiempo para eso, ya se lo preguntaría de nuevo más tarde, ya que el ruido aumentó, y me parecieron oír voces que hablaban en un alto tono de voz, aunque no entendí lo que decían. Los caballeros se acercaban.
Oí un ruidito cerca de mí y vi cómo la semielfa guardaba su bastón. Sus ojos se posaron en mí y me contemplaron dubitativos. Pese a no ser una mentalista, imaginaba lo que estaría pensando. Solté una pequeña y breve carcajada divertida y me acerqué a ella hasta posar una mano sobre su hombro.
-Será mejor que te fíes de mí, Shäyra… Erelik.
Dicho esto, cerré los ojos con fuerza, así firmemente con la otra mano mi cayado, y formulé lenta y claramente las palabras del hechizo de teletransporte, entonando correctamente cada sílaba. Sin abrir los ojos, sentí como un remolino absorbía todo cuanto nos rodeaba: los solámnicos –que sin duda verían a dos mujeres desaparecer ante sus narices-, las losas de la calle, los edificios… ¿O tal vez éramos nosotras las absorbidas? De repente, dejé de sentir el suelo bajo mis pies.
Poco después, lo sentí de nuevo.
-Bien, tu breve explicación me vale. –me dijo.- Pero antes, debes saber una cosa: jamás, bajo ninguna circunstancia, deberás pronunciar mis apellidos. No los debes revelar a nadie. Si te los he dicho, ha sido para no empezar esta empresa bajo mentiras. Tenía la esperanza de que me dijeses la verdad, o parte de ella, así que te los mostré; si te has callado algo, tus motivos tendrás, aunque estoy segura de que aquello que no hayas revelado -en caso de que lo hayas hecho- no es peligroso. Ten muy clara una cosa: para el resto del mundo, yo soy Shäyra Erelik.
Asentí y me encogí de hombros. Tanto me daba llamarla Shäyra Yaizher Vardamir, como Shäyra Erelik, como gnoma saltarina.
-Dime, semielfa, ¿Quién es Erelik? –el nombre no se lo habría inventado. El sustituto de sus verdaderos apellidos tenía que venir de algún sitio, y sospechaba que Erelik era una persona. Sin duda, importante para la semielfa.
Pero no había tiempo para eso, ya se lo preguntaría de nuevo más tarde, ya que el ruido aumentó, y me parecieron oír voces que hablaban en un alto tono de voz, aunque no entendí lo que decían. Los caballeros se acercaban.
Oí un ruidito cerca de mí y vi cómo la semielfa guardaba su bastón. Sus ojos se posaron en mí y me contemplaron dubitativos. Pese a no ser una mentalista, imaginaba lo que estaría pensando. Solté una pequeña y breve carcajada divertida y me acerqué a ella hasta posar una mano sobre su hombro.
-Será mejor que te fíes de mí, Shäyra… Erelik.
Dicho esto, cerré los ojos con fuerza, así firmemente con la otra mano mi cayado, y formulé lenta y claramente las palabras del hechizo de teletransporte, entonando correctamente cada sílaba. Sin abrir los ojos, sentí como un remolino absorbía todo cuanto nos rodeaba: los solámnicos –que sin duda verían a dos mujeres desaparecer ante sus narices-, las losas de la calle, los edificios… ¿O tal vez éramos nosotras las absorbidas? De repente, dejé de sentir el suelo bajo mis pies.
Poco después, lo sentí de nuevo.
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